domingo, 11 de enero de 2015

Una (casi) crónica de ronchas y alergias


Sobre las picaduras, los chiles y los efectos de la burguesía


México – 11/01/2015

Me broté. Me aparecieron unas ronchas como de picaduras de mosquitos. Algunas en las manos, otras en la parte de atrás del cogote y otras justo donde termina la espalda, arribita del culo. No me picaban ni nada, pero eran preocupantes. “Tamos en el horno”, pensé primero, imaginando alguna güevada contagiosa. Pero después, me pareció más sensato atribuir la cuestión a alguna razón alérgica o a algunos bichos. Pulgas, chinches o algo así.

Resolví echar mano a algunas de las pastillas que me dio mi amigo Roberto, médico él, para tener en caso de emergencia durante el viaje. Y esta era una emergencia. Roberto me proveyó de una serie de muestras médicas, pero yo no tenía idea para qué era cada cosa. Nunca pasé de los Mejoralitos. Entonces, antes de partir hacia México, le pedí a la madre de mis hijas que me los descifrara en una listita. Busqué el que decía “antialérgico” y me mandé uno.

Había dos opciones. La primera era que me hubiera caído mal algo que comí. Desde hace 10 días vengo mandando al buche cosas desconocidas, todas abundantes y ricas, pero desconocidas. La cena anterior al “brote” me había animado a probar algunos chiles picantosos. Habían pasado sin grandes inconvenientes por el garguero, pero podía ser que mis tripas hubieran sentido el impacto.

La otra posibilidad era la de las picaduras. En estas semanas aquí, he dormido en unas 6 camas distintas en hoteles innombrables, que elegí por sus precios y no por sus comodidades.

La noche anterior a la aparición de las ronchas, había dormido en el hotel que seguramente debe ser uno de los más económicos del DF. De tres plantas, con un gran patio interno cubierto y sin ascensor, es increíble cómo ha resistido a los fuertes sismos y terremotos de México.

En la primera planta están las habitaciones que empiezan con el 100 (no sé por qué los hoteles no  enumeran sus habitaciones desde el 01) y están destinadas a los vendedores ambulantes que, en lugar de regresar a sus pueblos, hacen noche acá durante la semana.

En la segunda planta están las 200. Son las piezas más grandes. Allí se albergan las familias. El DF recibe a muchos mexicanos del interior, que vienen a hacer trámites al DF, por cuestiones de salud, para visitar a parientes o simplemente a pasear.

En la tercera planta están las habitaciones individuales, las 300, con una cama de dos plazas. Estas son para los amantes y los amores al paso. En una de esas me acomodé yo, solo. Ni televisor, ni teléfono, ni Internet. Agua caliente solo a la mañana temprano y un rato a la noche. Sabanas con parches y toallas gastadas, pero limpiecitas. Suficiente para mí.   

El único sonido que se escucha son los quejidos. A esta altura de mi vida he venido a descubrir que las mujeres son mucho más expresivas que los hombres a la hora del placer y que todas se escuchan igual. Puedo decir que, mientras he escrito alguna de mis crónicas aquí, he escuchado a unas 30 mujeres gimiendo en el mismo tono, como si fueran la misma dama apasionada.
Los que trabajan en el hotel, una mujer y un muchacho que hacen la limpieza y el recepcionista, están tan acostumbrados que ya no le prestan atención a los “¡ahhh!” ni a los “¡ohhhh!”.

Volviendo a mis ronchas, con este cuadro las dos cosas eran posibles: O los chiles o las chinches.
Como decía, me mandé la pastilla y me fui a dormir, encomendándome a mi amigo Roberto. A la mañana las ronchas habían casi desaparecido. Apenas quedaba un leve vestigio de ellas.

Salí a la calle, para hacer algunas llamadas a algunos contactos, revisar si el Zócalo seguía ocupada con sus absurdos juegos navideños y tomarme un café en alguna parte.

Resulta ser que al final del recorrido matinal, como a las 12.30, me topé con una multitud de gente que, como todos los días, salía del Metro, pero… ¡en calzones! Si, ¡en calzones!.

Después me enteré que, por quinto año consecutivo y en conjunto con otras 40 ciudades del mundo, un grupo llamado Flash Mob proponía viajar medio en bolas en los metros de cada ciudad, bajo el lema “Desconocidos trabajando en equipo”, supuestamente para “fortalecer la organización de la sociedad que se asume como equipo a pesar de no conocerse”. No estoy jodiendo. Es así, tal cual.

Tipos y mujeres de todas las formas y edades mostrando sus culos chatos o gordos, sus piernas peludas o depiladas, en la más perfecta ropa interior. Decenas, cientos, muchos. Algunos, para colmo, con el puto cartelito de “Yo soy Charlie”, pero en francés.

Me volví al hotel a rascar lo que quedaba de mis ronchas. Ahora si me picaban. Y pensando que quizás lo que me causa alergia es la burguesía indiferente, capaz de sumarse a cualquier boludez pintoresca, pero ajena a cualquier muerte, a cualquier injusticia contra el que tienen cerca.  


 (Las fotos son de Noticias MVS, mi máquinita de fotos no aceptó hacer estas imágenes)




2 comentarios:

  1. Pican, pican... los mosquitos, las chiches, los piojos, las pulgas y hasta las arañas pican... y que hablar de las vinchucas, esas sí que pican mal! Y pica, que pica también un extraño bichito ... que nos da justito en la conciencia ... y nos damos cuenta que está bien que nos pique mal la indiferencia.

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  2. Quien viaja como gasolero, no como turista, tiene esas "picantes" aventuras! Ronchas, sábanas emparchadas, toallas raidas en hoteles de "menos estrellas", donde está esa voluntad de servir a otros "pobres pero zurciditos y limpiecitos" que tienen que trabajar (y algunos periodistas también!) y no les alcanza para el glamour!.
    El sábado en "7 Internacional", programa del canal público, llamó la atención sobre los tiempos dedicados al caso Francia y el vacio de información sobre Ayotzinapa. ¿Habrán muertes de más estrellas que otras como los hoteles?

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