sábado, 27 de diciembre de 2014

Algo huele fuerte en México



Llegada al DF. Una ciudad caótica y antigua que parece estar alejada de los 43

México DF. 27/12/2014.
De noche y desde lo alto, el DF parece un campo florecido. “Un mar de fueguitos”, diría Galeano. Es imposible saber dónde empieza y dónde termina. Es oscuridad salpicada con islas de luces. Así se ve. Cuando el avión comienza a descender desde los 10.000 metros, la temperatura exterior sube de los 15 grados bajo cero a los 12. Y mientras el avión baja, cuando ya despliega su tren de aterrizaje, lo primero que uno percibe de la Ciudad de México es su olor a desagüe. Ese olor no desaparecerá, pero el visitante lo va olvidando a medida que pasan las horas. Lo incorpora. 
Con la primera claridad, se puede ver que casi no hay cielo, sino una bruma densa. Polución y humedad. Recién a media mañana se van develando algunos manchones celestes.
En las últimas semanas, el dólar ha amenazado valer 15 pesos mexicanos, pero en las casas de cambio del aeropuerto Emilio Juárez no dan más de 14,30 por cada uno, con un poco de suerte.
Salir de ahí no es tan complejo, si uno tiene paciencia suficiente para esperar que sean las 6 de la mañana, hora en que comienza a circular el servicio de metrobús, que por 30 pesos y en 40 minutos, lleva hasta el corazón histórico del DF.
El paisaje se asemeja al Gran Buenos Aires, a Florencio Varela por ejemplo. Casas bajas,  muchos negocios colorinches y cargados de ofertas, y un tránsito intenso, lento, complejo... Y el casco histórico recuerda a la parte más humilde de San Telmo, cargada de edificios que parecen abandonados y devenidos conventillos. Pero en DF hay más gente aún y las veredas están repletas de puestos variopintos, la mayoría de comidas que prometen dejar la lengua como una braza.



En el Zócalo, la Plaza de la Revolución, que hace un par de semanas reventó de gente que reclamaba la aparición con vida de los 42 normalistas de Ayotzinapa, hay un movimiento febril a pesar de que es sábado y es de mañana. El gobierno ha copado toda la plaza (una manzana, que a simple vista parece ser un poco más pequeña que la Plaza de Mayo) con juegos y atracciones de toda especie para celebrar la Navidad. Al menos esa es la excusa.
Ya casi no quedan rastros de esa multitud. A los últimos los están sacando ahora. Bastan un poco de removedor de pintura y un grupo de obreros sin uniforme. Justo ahora uno de ellos se empeña en borrar de un muro el número 43. En este caso el justificativo es que fue escrito en una zona de gran valor histórico que debe permanecer inmutable.
Un poco más allá, una chica trata de llamar la atención de los que caminan para entregarles un periódico de impresión tosca que cuenta de los 43. Pide una colaboración, a cambio. De los 500 transeúntes que han pasado a su lado, apenas se detuvieron tres, tomaron el periódico y le dieron una moneda. “No soy de ningún grupo, solo trato de difundir el tema”, dice la mujer y vuelve a su labor, empecinada. 
La mayoría de los que pasean por aquí son mexicanos, pero también hay turistas extranjeros. 
Por la época del año, es casi imposible encontrar alojamiento en los modestos, pero limpios y relativamente económicos, hoteles cercanos. “Hasta las 13 tenemos todo lleno. Venga después”, es la frase que escuchamos todos.
Por recomendación de Sergio Bordón, un mendocino radicado en México desde hace varios años, apunté a uno que se llama La República y que está sobre la calle República de Cuba, a unas 4 cuadras del Zócalo. El recepcionista dice que no hay habitaciones, pero sugiere que me conviene esperar… y cumple.
El edificio es antiguo y de tres plantas, como casi todos. Se ve viejo, pero limpio y cuidado. Todavía se pueden ver las vigas originales de madera de la estructura, los mosaicos de estilo español y las barandas de hierro de la escalera, muy trabajadas. Es un “hotel de paso”, a $155 el día. Solo hay habitaciones con camas de dos plazas. Es un hotel "de amantes y de putas", y algunas piezas están cumpliendo ese fin, a pesar de la invasión de foráneos. Los quejidos traspasan las paredes.
Un cartelito en la pieza de 3x3 anuncia:  “el horario de agua caliente es de 6 a 10 y de 20 a 22”. Pero vale la pena. 
Roberto Gómez Bolaños no inventó nada cuando creó su vecindad. Así es este lugar, en el aspecto y en el movimiento, salvo que los que juegan aquí ya no son niños.
Afuera la gente sigue buscando un lugar para dormir. Aparece un tipo de unos 30 años. Trae una frazada en la mano y pregunta por una habitación. Le dicen que no hay. “¿Sabes dónde puedo conseguir?”, me pregunta. “Después de las 13 tendrás que recorrer los hoteles que están por aquí”, es la respuesta.
“Eres argentino, ¿no? Yo soy español. Trabajé en una obra esta semana y me acaban de pagar. Hace cuatro días que duermo en la calle”, cuenta. Se lo ve nervioso. “¿Sabes dónde puedo encontrar un baño?”, pregunta otra vez. "Sí. Hay algunos locales privados que con carteles en las puertas ofrecen 'baños limpios' por $5". “Allá voy. ¡Me estoy cagando!”, dice y parte raudamente.  
Viajar a Guerrero en domingo no es recomendable, según dicen. Además, México acostumbra a plegarse a lo que llaman “la maratón de Guadalupe a Reyes”. Empieza el día de celebración de la virgen más venerada de estas tierras y termina el 6 de enero. Esos días “pocos trabajan y los que tienen que hacerlo no le ponen muchas ganas”.
Parece que viajar a la región donde fueron atacados los estudiantes de la Escuela Normal Rural Raúl Isidro Bustos es más recomendable en día hábil. Así será entonces.



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